Prometió
no hacerlo, pero ahí va de nuevo. Va de la cama hasta el computador, ora camina
sin zapatos, y otras disimula una demora fútil buscando las zapatillas que lo
miran, confundidas, las que tantas veces lo acompañaron. Las que saben todo lo
que él la amaba. Camina, busca entre los perfiles de esa red. Mira las fotos
antiguas. Cuánto quisiera que el tiempo retroceda. Mira la taza de café, vacía.
Mil cigarrillos entre los que descansan algunos con restos del labial. De los
que hace meses probó luego de hacer mil veces el amor con la que ahora se llama
recuerdo.
Desnudo,
camina por la habitación. ¿Cuándo se habría acabado el amor? No lo sé, pero
siento que me he quedado en alguna parte de la historia. El viejo celular
suena, ¿vienes a comer con nosotros?, no, hoy no, estoy cansado. Tienes que
salir, sí, sí, lo haré. Algún día de estos lo haré, se miente mientras revisa
una vez más en el computador el álbum de fotos. Y le pido que vuelva, ella me
diría que sí. Llama nuevamente, pero la grabación le dice que no, que ese
número ya no existe, ¿entonces cuál es? Y se corta. La puta madre, no sé a
dónde llamar. Y este corazón se le explota dentro, destrozando su respiración,
haciendo que sus lágrimas corran y un grito ahogado llame a duras penas a esa
persona que le ha robado la vida.
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