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Reflexión 2

Estaba dormido aún. Era mediodía y no había nada que hacer. El terminar una temporada de teatro siempre te quita las energías. Es una experiencia inexplicable, nunca se sabe si va a salir bien, si es que el público te favorecerá con su presencia, de cuidar que todos los elementos estén correctos. Nunca entenderé el por qué de mi nerviosismo durante las funciones, sobre todo cuando ejecuto el trabajo de dirección, que por demás es estresante.

He decidido alejarme de la dirección, al menos por un tiempo. Una vez que termine mi último trabajo, volveré a dedicarme netamente a las tablas, a actuar. Gracias a un sabio consejo, creo que debo de seguir preparándome y aprender más cosas. Alguna vez un maestro me dijo: cuando sientas que has llegado a un nuevo nivel, vuelve hacia atrás y mira lo que has hecho para conseguirlo, luego, vuelve a mirar a tu presente e imagina que es tu punto de inicio, sobre el cual seguirás errando, acertando, pero lo más importante será que sigas en constante evolución.

He notado que algunas cosas han cambiado desde que me recuerdo como un muchacho hiperactivo. Ahora el cansancio me llega más rápido que antes, y ya no puedo desvelarme por más de dos días consecutivos. Mi hiperactividad se ha visto reducida físicamente, antes realizaba movimientos por doquier, y mi cuerpo ha tomado una conciencia distinta, madura, y realiza movimientos precisos y efectivos.

Creo que si volviera a tener mis preciados 17 años, cuando por primera vez decidí lo que iba a ser de mi vida - luego de haber salido a correr por un descuidado parque a las 5 de la mañana pensando en abandonar mi prometedora carrera de sistemas de seguir mi instinto en el arte- hubiera decidido lo mismo, pero con mayor afianzamiento. El ser la primera persona en la familia y en todo mi árbol genealógico que opta por este camino, hizo que todo mi mundo se pusiera de cabeza. De ser un chico tranquilo de cabello exageradamente engominado, de primeros puestos en el colegio, con un resumen psicológico de orientación vocacional que me orientaba hacia medicina e ingeniería de sistemas o mecatrónica - realizado por una siempre mal vestida psicóloga con problemas amorosos y que lloraba casi todos los días porque su novio no la quería tanto como ella quisiera- a ser un aspirante a actor, una carrera en la que el título no te asegura la inserción en el mundo de las luces.

El tener 17 años te hace ser una persona con las ganas de cambiar el mundo. Al menos así lo veía yo. Con toda la hiperactividad al máximo, y con mis hormonas revoloteando a más no poder por mi cuerpo, cuidándome de que no se notara alguna improvisada erección de vez en cuando, empezaba a soñar con lo que veía en la televisión, en las películas. Aprendí a reír, a llorar, a mentir, a decir la verdad, a que mis ojos brillaran tal cual ocurría en las películas. Creo que esos fueron mis primeros inicios en las tablas, mis propias tablas.

No podría decir que me arrepiento de las cosas que he hecho hasta este momento. Hoy tengo una vida tranquila, con deberes y habilidades. Hoy, con dos profesiones terminadas – computación y actuación-, me doy cuenta de lo que he hecho de mi vida. Miro ahora con otros ojos a las personas. De vez en cuando, conozco a gente que me recuerda cuando yo recién empezaba. Con los mismos temores, habilidades y errores. Recuerdo mi soberbia, producto de mi esfuerzo y mis ganas de superarme. También, recuerdo mis tardes de pelea con mi padre, sus reproches, debido a que no pensaba seguir ninguna de las carreras que me habían firmado en aquella prueba psicológica de orientación vocacional. No le guardo rencor, él fue quien me enseñó a ser siempre constante y destacar, a brillar, a conseguir todo lo que me propusiera con esfuerzo, con ganas. Me enseñó a ser honrado, a siempre alejarme de la gente que gusta de seguir quedándose en un mismo nivel y ufanarse de sus pasados logros y no seguir cosechando nuevos triunfos. También, me enseñó a ser perfeccionista, y sobre todo, me hablaba que cuando uno quiere ser alguien importante y comienza a surgir, empezarían a salir los enemigos de todos lados, y que incluso hasta los propios amigos, con los que antes compartías una tarde, se volverían contra tu modo de pensar, y que poco a poco, irían desapareciendo de tu vida.

Mi madre es todo lo contrario, creo que nunca entenderé por qué ella se casó con papá. Ella, también de provincia, aprendió desde muy temprano a trabajar. Es la hermana mayor, la que siempre carga con las preocupaciones de todos sus hermanos. Ella me enseñó – corrección, intentó -siempre a ser humilde, a escuchar a las personas mayores, a las que tienen experiencia. Me enseñó el valor de lo que nos servíamos en la mesa. Gracias a ella, puedo comer tranquilamente en un restaurante lujoso hasta en un plato de barro en nuestra lejana chacra familiar, en el norte del país, lugar donde guardo mis mejores recuerdos de infancia.

Debo de reconocer que no tengo muchos recuerdos de mi padre. Siempre hosco, con una forma de ser tan insoportablemente perfeccionista y déspota que no lo soportaba y agradecía cuando salía a trabajar. De los abuelos, sólo recuerdo a los abuelos por parte de mamá. A ellos siempre les agradeceré el haberme enseñado su sencillez y su tan graciosa forma de vivir. Amantes en secreto hasta el último día de sus vidas. Ahora, que la abuela ya no está con nosotros, sé que el abuelo se da la vuelta por el cementerio a conversar con ella. Sé que ella le habla, y ambos se ríen, lloran y pelean, como siempre, para luego terminar con una sonrisa en los labios y en los ojos con una mirada cómplice diciendo: te quiero.

Alguna vez me preguntaron si es que yo me había enamorado. Muchas veces, yo también me lo he preguntado. Y la verdad, creo que el amor nunca ha llegado a mi vida. Bajo la excusa de tener siempre miles de cosas por hacer, nunca me he dado tiempo para formar mi vida personal. Mi deseo por conocer nuevos mundos, experiencias, hizo que mis sentimientos sólo los utilice en el escenario, y que la mente dirija mi tradicional forma de vida. Hoy, a veces me siento solo, sobre todo cuando voy por la avenida Larco a tomar mi carro para ir a casa. Veo a mis amigos, felices, paseando con su esposa, su novia, o amante ocasional, tranquilos, sin complicaciones. Yo los miro y me voy a un café, esperando a la mujer perfecta que cambie mi vida, que me sorprenda leyendo una revista o escribiendo algo para mis nuevos amigos ansiosos de ver mis nuevos trabajos, o para mis enemigos, que siempre irán a burlarse y divertirse de los errores que siempre cometo cuando hago una puesta.

Salgo de mi cama y me voy a la cocina. Me saludan mi tía y la chica que nos ayuda en la casa, que según me dicen es un familiar muy lejano. Después de consultarme para ver que cosa comeremos hoy, y de reafirmarme en mi nueva repulsión contra el guiso de pollo, producto de mi última puesta, veo que hay agua caliente y preparo mi infusión de manzanilla para luego irme al comedor y enterarme de lo que ha sucedido el fin de semana.

Mientras en la televisión siguen pasando las noticias políticas del momento, yo bebo tranquilamente mi manzanilla. Y pienso en los buenos momentos que he pasado, en las cosas buenas y malas que una puesta siempre me deja. Y sueño con nuevas puestas, y sueño en escribir una obra que ruego a los críticos no sea considerada comercial y que, sobre todo, no se les ocurra compararme con otros directores ni dramaturgos de trayectoria.

Me acuerdo de la ocasión en que conocí a un crítico. Y este crítico hace teatro. Y hace teatro comercial. Y para colmo, teatro de mala calidad. Mi mayor consejo para él será que decida qué quiere ser en la vida. No se puede jugar a ser juez y parte en un mismo espectáculo.

Quiero aclarar algo, que el teatro comercial no es malo, al contrario, a mí me parece fabuloso el trabajar en ellos. Pero al igual que en todas las profesiones, hay buenos y malos trabajos. Lo curioso de todo esto es que el crítico hacía buenos comentarios de mis trabajos, sin embargo, disfruta de compararme con sus demás compañeros de turno respecto a otros directores y dramaturgos de trayectoria. Es interesante ver la imbecilidad en su afán de comparación, puesto que en el teatro, hasta donde me enseñaron y lo concibo, se pueden definir diferentes puntos de crítica. Por ejemplo, no puedo, de ninguna manera, comparar el desenvolvimiento de un actor en un drama frente a una comedia. Es claro que la comedia es el género que más público acoge. Lo malo, es que ahora los actores y hasta el director piensa que hacer comedia es ventilar entre líneas de parlamento los problemas personales de los propios actores, claro está, definiéndose en varios niveles: para aquellos que no tienen tanta popularidad, o es casi nula, será de resaltar sus rasgos físicos más curiosos, llámese altura, edad o composición facial. De aquellos que gozan de popularidad, se hará un estudio de su vida y problemas personales, especialmente de los amorosos, y armarán el show dentro de la puesta respecto a los mismos, el tema puede ser variado, pero predominan los celos, la fidelidad y/o preferencias sexuales.

Y sobre este último tema es muy importante conversar. Es increíble ver cómo puede la gente inventarse cuento tras cuento acerca de las preferencias sexuales de cada uno de los actores. Hoy en día, felizmente ya deja de ser un escándalo y sólo trasciende para la comidilla general entre ellos y si hay mala suerte, en alguna puesta de escena en donde haya más de un espectador interesado en el mismo. Es increíble cómo la gente puede destruir el frágil carácter o la autoestima de aquellos que con trabajo lograron llegar más arriba de aquellos que tienen años en esto. Y los incomoda aún más cuando ellos sí tuvieron que ofrecer sus virtudes a un mejor postor, por una primera plana, por lograr cinco minutos de fama.

Me divierte mirar a la gente y su comidilla. Me hace ver la poca cultura de aquellos que se divierten propalando, inventando, y jurando hasta por su familia entera acerca de si un actor o actriz tiene preferencias sexuales no convencionales.

Creo que, al final de cuentas, esto nunca va a cambiar. La fauna actoral seguirá con las mismas comidillas, destruyendo imágenes a conveniencia, disfrutando de destruir a alguien en un día y a la mañana siguiente conversar con su víctima temática que, inteligentemente, sabe callar y no hacer caso a este tipo de conversaciones inútiles. Para el actor profesional, es mejor trabajar, y seguir destacando, brillando, evolucionando. Los demás seguirán hablando, y se quedarán sumergidos en ese pantano lleno de habladurías y afanes de grandeza, orgullosos de ser conocidos en la capital, creyéndose las megaestrellas de un show venido a menos, con un público embrutecido por rostros lozanos y juveniles, o por un par de senos deliciosamente artificiales obtenidos por un canje.

Termino de desayunar, y se me ha ocurrido escribir un poco. Así que cojo la botella de vino y me sirvo una copa. Si es que algún día quieren regalarme algo, que sea vino tinto semiseco.

Voy a mi habitación y no me conecto a Internet. Hoy es un día que debo de estar solo y tranquilo para escribir. Ahora es cuando me siento más tranquilo para hacerlo, luego de haber visto cosas nuevas, de haberme analizado y sentir que hoy más que nunca he escalado un paso más en mi vida y debo de seguir adelante, creciendo, cuidándome de mi propia soberbia, de que mi talento nunca se desboque y cuidándome de aquellos que empiezan a notar que ya no soy un simple aprendiz de actuación, y que estoy tomando una vida y estilo propios. Que puedo con el tiempo llegar a ser lo que me he propuesto, y que puedo destruir el mundo de falsedades teóricas y metodológicas que nos han acompañados en nuestra tan senil forma de actuar, de hacer teatro.

Hoy me siento en mi escritorio y veo los guiones que estoy escribiendo. Hoy me siento capaz de terminar aquel guión que intenté escribir desde hace seis años. Hoy me siento más agradecido con la vida, con mi vida, con mis aciertos y logros, con mi historia llena de alegrías y penas. Hoy tengo ganas de hablarle a los iniciantes, a los futuros talentos, que como yo, tocan una puerta en busca de una oportunidad. Hoy me gustaría enseñarles lo poco que he aprendido en estos años tan increíbles que me han tocado vivir, de explicarles que existe un teatro diferente, que no todo es aprender clichés de la vieja escuela, que existen métodos, que existen escuelas y que existen directores que no son tan elitistas como los pintan, sino que buscan gente nueva, talentosa, pero con preparación. Que no sólo existen directores que te llaman por popularidad, o porque eres amigo de alguna estrella. Quisiera decir tantas cosas que tengo dentro y que estoy seguro a más de uno servirá. Hoy quiero dejar todo lo que sé, como un gran informe de vida y quedarme vacío, en el limbo de mis pensamientos.

Y aquí, justo en este punto, me ha ocurrido algo muy interesante. Me he dado cuenta que el vino me ha calentado el cuerpo y el espíritu, que me siento mejor, que aquello que me ha dado impulsos para escribir y lo que me oprimía el pecho de sólo pensarlo, ha cesado en su efecto y puedo respirar tranquilo. Siento que he dicho lo que quería decir. Imagino que si le hubiera dicho todo esto a la mujer perfecta que espero en el café, ella habría optado por darme un cigarrillo y regalarme la más bella de las sonrisas.

Es curioso, me siento más ligero. Debe de ser por que ya se acabó la copa y la botella ya no tiene más que el delicioso olor de un vino lleno de historias, y que hablan a través de mis manos.

Hoy, siento que he vuelto al punto cero.

Voy por una coke.

Dark.

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