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Retornos


Me pasa siempre, cuando dejo los lentes en no sé dónde y tengo que salir corriendo a atender a quien está matando el timbre. De pronto, me choco con una silla impertinente que dejé en el camino. Trastabilleo, me recupero rápido y la coloco en un lado.

Miro por la ventana, uno por que, viviendo solo, no quiero sorpresas y otro porque el frío está fuerte y no quiero coger un resfriado. Pero valgan verdades, lo hago más porque pienso que son los mormones, o algún otro religioso y pocas ganas me dan de apoyar y muchas de reclamar el que me levanten tan temprano.

¿Hola? ¿Tiene un minuto?

Sí, dígame. Estoy buscando a Humberto Vargas, ¿vive aquí?

Silencio, del que uno detesta. La miro, me da algo de familiaridad, pero no sé de dónde. El abrigo térmico que lleva casi oculta a una carita pequeña, que está mirándome fijamente.

Vivió, sí. Murió hace ocho años. El chiquillo que vino con la mujer me mira con desilusión y pienso en mis adentros que he metido la pata. Entiendo… disculpe, no quise molestarlo.

No se preocupe. Si en algo puedo ayudarla…

¿Entonces mi papá murió? Cállate, Francisco.

El silencio incómodo otra vez. Lo detesto.

Perdón por molestar.

Pienso: no todo puede ser como uno quiere, que se entera de sopetón de cosas inesperadas, y que la vida te puede dar giros que ni te imaginas.

Espera. ¿Quieren pasar? Quizá podamos tomar desayuno juntos.

Sí mamá, tengo hambre.

Mientras ella duda y corrige suavemente al pequeño, aprovecho para abrir la puerta. Confieso que aún no sé qué estoy haciendo, pero me va bien ver rostros cuasi conocidos y quizá, saber algo más de mi padre. Y sin nadie en casa, me agrada la idea de un desayuno diferente.

Ha pasado mucho tiempo, Julia. ¿Así te llamas cierto?

Sí. No tienes que molestarte.

No, te aseguro que no. Pasa. Eso sí, me ayudarás a hacer el desayuno, no soy bueno en la cocina, aunque me parece que quedó un poco de pizza de ayer.

¡Bravo! ¡Pizza!

Entran. Saber que volvió el hermanito menor, me va bien.



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