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Mostrando las entradas de julio, 2010

Cuando conocí a Gabriel

Estaba bebiendo un poco de vino, tinto semiseco. Cierra los ojos como siempre, respira hondo, como si quisiera absorber a todo el mundo. Está pensando, recordando lo que él ha sido hasta antes de conocerme. Las arrugas ya pesan en su alma, se sabe viejo. A sus ocho primaveras y tiene más arrugas que el abuelo. Gabriel come una galleta dulce, de esas que son figuras de ángeles. Le gusta, lo disfruta, con un halo de travesura. Él le limpia la comisura de los labios con la servilleta que tiene su nombre bordado en hilo azul, que le regaló en su último cumpleaños. Detesto tener que limpiarte los labios cada vez que comes galletas, le dice frente al espejo, observándolo, mientras yo sonrío divertido, observando la misma pelea desde que los conocí. Gabriel sonríe instantáneamente. Empieza por el lado derecho y deja nacer el hoyuelo en su mejilla. No tarda en aparecer el segundo hoyuelo, para adornar a la sonrisa más inocente que jamás ser humano haya visto. Mira el reloj impaciente, mi